Escribo desde el horror, desde el terror; escribo desde la costernación, desde la desolación que provoca la impotencia. Escribo desde la rabia, desde la necesidad de gritar, aunque sea un grito sordo.

Hace unos días escribía al vivir, al sentir el incendio de Cebreros, que acuchillaban mi corazón, que me golpeaban en mi interior, que las llamas provocaban un torrente de dolor difícilmente soportable.

Hoy siento morir, muero en vida. Hoy me están arrancando el corazón de manera salvaje y despiadada. Están humillando mis sueños, están golpenado hasta la extenuación cada uno de mis latidos esenciales.

Quizá sean mis últimos minutos en esta bodega que con tanto trabajo, tanto esfuerzo y tanta pasión hemos levantado Mila y yo; aporrean la puerta gritándome que tenemos que salir, que el fuego nos tiene reducidos, rodeados, asediados, y que en pocos minutos podría ser tarde.

Un fuego que empecé a sentir el sábado a mediodía como algo lejano, pequeña cortina de humo que leí había sido ocasionada por un coche ardiendo en la carretera cerca de Navalacruz. Esa cortina de humo fue incrementando grosor, tamaño, e inexplicablemente aquel incidente con el coche empezó a originar un fuego que hoy sepulta mi vida entre cenizas. El fuego, voraz, aterrador, devastador, fue avanznado entre los rigores térmicos de unos días extremadamente tórridos y el abandono a nuestra suerte de esta manera de vivir donde sigue impernado los sentimientos, lo rural, el campo y lo natural, y que muy poquito importamos a es@s dirigentes que estos días estivales dedican a jugar con la arenita y los cubitos en la playita.

Las primeras llamadas de alerta no fueron atendidas y el fuego siguió avanzando durante la noche del sábado y las primeras horas del domingo; la nube de humo emepzaba a hacerse sentir irrespirable en Navalmoral de la Sierra y algo nocivo y destructivo empezaba a anidar en mi interior; las plapitaciones osn muy pelgrosas si reflejan la futura puta realidad.

Y las primeras notas de oscuridad de la noche del domingo nos sorprendieron con los reflejos de algo que nunca deseamos vislumbrar: las llamas feroces y mortíferas eran visibles desde Navalmoral, habían tomado la cumbre del puerto y amenazaban con descender por el pinar hacia el pueblo. Llegó, nos acorraló, nos destrozó, nos secuestró el aliento, la vida.

No encuentro una explicación para tal voracidad; no encuentro lógica que me haga entender como puede NO evitarse semejante matanza, semejante destrucción. Pero la realidad es que ahora mismo nuestras ilusiones están siendo reducidas a cenizas; nuestros anhelos sepultados bajo humeantes escombros.

Llegarán l@s dirigentes de turno, pencelad@s y recién peinad@s; y nos querran engatusar con sus bonitas palabras, sus zonas catastróficas, sus ayudas sin fin, su bla bla bla bla. Palabrería barata que sólo a ellos consuela y que sólo ellos creen que nos creemos. Porque la verdad es qeu llevan muchos años sepultándonos, olvidándonos, despreciándonos.

Posiblemente sean mis últimas letras desde este mundo que tanto ha hecho latir nuestro corazón. HOY NUESTRA VIDA SE HA FUNDIDO A NEGRO